Ecuela infantil con espacios diáfanos y naturales

Evolución de los espacios de aprendizaje.

La influencia escandinava.

Para todo docente la organización del aula o centro ha supuesto siempre uno gran reto, ya que sin duda alguna el entorno constituye un estímulo fundamental en el proceso de aprendizaje.

En opinión de Anna Fores, pedagoga y miembro del grupo de investigación GR-EMA (entornos y materiales para el aprendizaje) del ICE de la Universidad de Barcelona, los espacios y los tiempos educativos siempre han preocupado a los responsables de la educación. Según Fores, “la arquitectura puede incidir en este ámbito en tres niveles”. En primer lugar, en la relación con el conocimiento: “Los aspectos físicos como la luz natural, la temperatura o el acceso al agua para hidratarse constantemente, son claves para el aprendizaje”. En segundo lugar, como elementos de convivencia: “Rediseñar los patios de las escuelas favorece espacios de convivencia, de repensar los espacios de ocio para reconocer a los compañeros/as y evitar así las violencias o los bullings”. Y por último, como contexto de aprendizaje dentro y fuera de la escuela “Las denominadas arquitecturas invisibles, cuando la arquitectura desaparece y la educación se piensa más allá de la escuela”.

Hoy en día vivimos en una ola de transformación de los espacios educativos. En este proceso de búsqueda de unos espacios idóneos han influido de manera especial la transformación acelerada que se ha vivido en sistemas educativos pioneros tales como Noruega, Finlandia o Singapur, países en los que en los últimos años se ha desarrollado un fenómeno social alrededor de la “cultura Maker”, modelo basado en que cualquier persona puede realizar sus propios proyectos y compartir sus conocimientos. Pero, ¿cómo nos influye este proceso de transformación en la educación infantil?

Desde que nacemos recibimos infinidad de estímulos de nuestro entorno, utilizando nuestro sentido y estrategias de aprendizaje innatas para crear conexiones y elaborar conocimientos. Estas conexiones se producen de manera mucho más rápida, y los conocimientos adquiridos son mucho más duraderos si se producen a través de la participación directa. Al igual que en la “cultura Maker”, los niños, desde su nacimiento, realizan sus propios proyectos y aprenden de manera práctica. Ya Maria Montessori ponía en boca de nuestros pequeños la frase “Ayúdame a hacerlo por mi mismo”, o Benjamin Franklin aquello de “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”.

La importancia otorgada al entorno como factor clave en los procesos de aprendizaje no son nada nuevo. Dos de los sistemas educativos de mayor relevancia a nivel internacional, Montessori y Waldorf, coinciden en otorgar un papel imprescindible a los entornos naturales, a la ausencia de plástico, la utilización de materiales nobles y el contacto directo con la naturaleza. También en el sistema Reggio se visualiza el espacio y el ambiente como un tercer maestro que motiva e invita a crear y descubrir. Los entornos Reggio se construyen cuidadosamente para fomentar el aprendizaje y la curiosidad, dando énfasis a la luz natural, herramientas y materiales auténticos, el orden, la belleza y el propósito.

Si bien, aunque no es nada nuevo el reconocimiento de la enorme importancia que el entorno tiene en los procesos de aprendizaje, el concepto de “estética” y “belleza” sí que ha ido cambiando y evolucionando con el tiempo. De este modo, hasta hace no mucho era bastante común encontrar centros infantiles muy compartimentados en aulas, repletos de mesas y sillas, con colores estridentes e infinidad de estímulos visuales, y en los que el plástico era el material predominante en las herramientas educativas. Por suerte este modelo de centro educativo ha ido evolucionando, abriendo paso a centros educativos más modernos e innovadores, en los que los espacios son más abiertos y diáfanos, polivalentes, que invitan a trabajar a través de proyectos interdisciplinares. Se busca una inspiración en la naturaleza, utilizando materiales nobles y colores naturales, no solo en el mobiliario sino en todo el conjunto de herramientas educativas, y ofreciendo así una estética natural y acogedora.

Esta nueva reorganización del espacio potencia dos elementos de especial importancia en los procesos de aprendizaje.

En primer lugar influye en la adaptabilidad/flexibilidad a los intereses individuales de cada alumno. Con un entorno que nos permite trabajar de forma interdisciplinar, podemos enseñar un mismo concepto desde infinidad de perspectivas. Por ejemplo, podemos trabajar un mismo concepto matemático de cantidad 1-2 en el rincón de construcción, en el taller de pintura, en el arenario o mientras jugamos con los trenes, siempre que el adulto sepa buscar el interés de cada niño para transmitir este conocimiento a través del juego.

En segundo lugar, la ruptura con las aulas tradicionales compartimentadas y organizadas según año de nacimiento permite una participación mucho más directa entre los distintos grupos de edad. Nadie podrá poner en duda los beneficios que la interacción de distintas edades puede tener en estos primeros años de vida. Mientras los más pequeños aprenden a través de la imitación (y que mejor ejemplo a seguir que otro niño, quien acaba de aprenderlo), los mayores aprenden habilidades sociales tales como cuidar, compartir, tolerar u ofrecer ayuda a aquellos que aún están aprendiendo.

Terminaremos nuestro artículo con una frase inspiradora de Fores que resume en que medida los colegios modelan la forma de ser y pensar de aquellos que se forman en ellos: “El edificio, igual que la pedagogía que intenta albergar, se basa en la flexibilidad y la apertura, la comunicación, la interacción y las sinergias (Fairs, 2007). Si queremos ciudadanos abiertos, creativos, imaginativos, hagámoslo en espacios que propicien todos estos aprendizajes”.