
Educación viva. ¿Qué es, en qué se fundamenta y por qué está tan de moda?
¿Cuántas veces habrás pasado por enfrente de una guardería sin que ni siquiera te hayas dado cuenta? ¿O cuántas otras veces habrás visto un letrero anunciando un negocio infantil y te habrás preguntado qué son? ¿Son una guardería, una ludoteca, un chiquipark, una academia?
Cada vez con más frecuencia vemos aparecer en nuestra ciudades (tomo Barcelona como nuestro ejemplo más cercano) centros infantiles que no utilizan la definición de “guardería” o “centro infantil”, y que se identifican más como centros de educación viva, educación activa, educación libre o respetuosa, o centros de acompañamiento a la crianza. Pero, ¿sabe el público exactamente qué significa esto y cuál es su valor añadido? ¿Se unifican todas estas definiciones en un mismo concepto? Aun con sus diferencias, centraremos este artículo en desarrollar el pilar central de todas ellas: la concepción del niño como ente central y activo de su educación y dueño de su propio aprendizaje. Analizaremos en este sentido dos factores fundamentales de diferenciación con la escuela tradicional: los espacios de aprendizaje y el papel del educador.
Nos encontramos en una etapa de innovación en la enseñanza, de una búsqueda hacia la transformación, hacia querer romper con unas normas educativas que en muchos casos ya no nos sirven en su totalidad dada las necesidades cambiantes de la población y de nuestra civilización. Y es precisamente en la educación infantil donde este proceso se nota en mayor medida, en primer lugar por ser la etapa de cimentación de la enseñanza, donde las transformaciones suelen llegar antes, y en segundo lugar porque, al no ser una etapa de educación obligatoria y por tanto estructurada por planes educativos más estrictos, deja paso a una transformación más espontanea.
Atrás van quedando las escuelas tradicionales, con aulas herméticas para cada grupo de edad, con alumnos separados por año de nacimiento; aulas llenas de mesas y sillas, con sus tradicionales pizarras y libros de texto, con rincones específicos para cada área de aprendizaje. Mientras, en su otro extremo, cada vez van apareciendo más “espacios de aprendizaje” en los que se huye de este concepto tradicional, y se opta por aulas abiertas, diáfanas, en las que distintos grupos de edad pueden interrelacionarse y aprender unos de otros, en las que un mismo concepto se puede trabajar en cualquier rincón del aula, y en el que se promueve la autonomía e independencia del alumnado y su libre circulación por los ambientes de aprendizaje.
Pero si bien los espacios de aprendizaje son importantes como uno de los pilares de esta tendencia, su valor radica fundamentalmente en su filosofía y su metodología. O como algunos preferirían definir, su “ausencia de metodología”. Mientras la educación tradicional basa su enseñanza en la sumisión del alumno ante el docente, quien se encarga de transmitir el conocimiento a través de unos planes de estudio, en la educación viva el alumno es el protagonista de su aprendizaje y el docente actúa simplemente como guía.
Tomemos como base que el niño o niña, de manera natural, es curioso y muestra interés por descubrir todo lo que le rodea. Y utilizando esta premisa tan básica el educador debe saber fomentar, a través del juego, el amor por la indagación, la creatividad, la independencia y la perseverancia, acompañando y “ayudando” al alumno a hacer lo que mejor sabe, utilizar su curiosidad natural para aprender. Los niños son grandes entusiastas, y para ellos, en un gran mundo para explorar y disfrutar, la vida es una gran aventura. Y es precisamente la individualidad de estos intereses lo que hace que no podamos utilizar una misma “metodología” para todos los alumnos. Tenemos que confeccionar un “zapato a medida” para cada uno de ellos, o mejor dicho “ayudarlos a que cada uno pueda confeccionar su propio zapato a medida”. El educador no “enseña”, sino que “acompaña, apoya y modela” los procesos individuales de descubrimiento y aprendizaje de sus alumnos.
Un niño por sí solo toca, investiga, experimenta, explora, vive, y como resultado va aprendiendo. Y es en ese proceso donde el educador va creando situaciones, haciendo propuestas, presentando materiales, juegos y experiencias en las que trabajar.
No se trata ni mucho menos de un “trabajo” fácil para el educador, ya que se requiere conocer muy bien a sus alumnos y sus necesidades e intereses individuales, pero también tener un profundo conocimiento del desarrollo natural del niño en las distintas áreas de aprendizaje, y de que conceptos están preparados para asimilar o no asimilar según su edad y su etapa de desarrollo.
Pero “la magia” de esta forma de educar no radica solo en conseguir un aprendizaje óptimo, adaptado a las necesidades e intereses específicos de cada alumno, sino que va más allá, centrándose de manera especial en el crecimiento personal, social y emocional del alumno. Al exponer al niño a un entorno respetuoso, que da alas a su expresión, a su desarrollo personal, estamos trabajando en su autonomía y su autoestima, en la imagen que tiene de sí mismo y de los demás, aceptando procesos y necesidades propias y ajenas, y por tanto ayudándoles a crear relaciones sociales positivas basadas en el respeto, la tolerancia y la empatía.
Una de las áreas de desarrollo personal que se trabaja de manera especial es, como ya hemos mencionado anteriormente, la perseverancia y la tolerancia a la frustración. En la etapa infantil, los niños suelen pensar que el mundo gira a su alrededor, que lo merecen todo y que consiguen al momento lo que piden. No saben esperar porque no tienen desarrollado el concepto del tiempo ni la capacidad de pensar en los deseos y necesidades de los demás. Al estar expuestos constantemente a un sistema de aprendizaje basado en la “prueba y error”, en el que no se les da todo hecho o resuelto, en el que se premia el intento más que el resultado, y en el que no todo se consigue a la primera, el niño aprende a controlar estos sentimientos de frustración. Se aprende que no hay nada malo en “fracasar” siempre y cuando aprendamos del error y lo volvamos a intentar. El tirar la toalla no es una opción.
Resaltaremos aquí tres frases de María Montessori que apoyan este concepto de “simple acompañamiento” del educador:
- “Ayúdame a hacerlo por mí mismo”
- “Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo”
- “La mayor señal de éxito de un profesor es poder decir: Ahora los niños trabajan como si yo no existiera”
Terminaremos este artículo con una invitación a leer la entrevista que eldiario.es realizó a Jordi Mateu, educador, psicolingüista y coordinador del Centro de Investigación y Asesoramiento de Educación Viva (CRAEV, en catalán): “El niño debe vivir y, como consecuencia, aprender; no al revés”.